Del territorio mexicano, aproximadamente el 50% corresponde a regiones que por las condiciones climáticas se clasifican como áridas y semiáridas, ubicadas sobre todo en la mitad septentrional del territorio, además de pequeñas regiones más al sur como las zonas áridas de los estados de Querétaro e Hidalgo inclusive en la región de Tehuacán-Cuicatlán en los de Puebla y Oaxaca, debido principalmente al efecto de sombra orográfica. Las condiciones del clima determinan el establecimiento de plantas y arbustos de escaso porte, bien adaptados a la escasa humedad atmosférica y precipitación pluvial, como los son algunas especies de árboles, pastos, arbustos, plantas crasas, agaves, sotoles y cactáceas, grupo que se distingue por la variedad de sus formas y tamaños, que llegan a alcanzar en el caso de los saguaros del desierto Sonorense más de los cinco metros de altura. Las adaptaciones que con mayor frecuencia se encuentran en estas plantas es la presencia de numerosas espinas, hojas gruesas o crasas con poca exposición al sol para minimizar la transpiración excesiva o la pérdida de ellas durante la temporada seca o en el caso de las cactáceas, cuerpos gruesos y cilíndricos que son auténticos depósitos de agua.

En nuestro estado la zona árida ocupa buena parte de su territorio, (aproximadamente 3,300 km2 en el sur, centro y norte del estado) alcanzando su máximo esplendor y diversidad en la cuenca del río Extoraz, área a la que muchas personas se refieren de manera despectiva como “los cerros pelones”, cuando en realidad se trata de un ecosistema antiguo y respetable y que alberga una sorprendente variedad de formas de vida, englobadas bajo el nombre de matorrales xerófilos. La porción queretana de estos forma parte de uno de los desiertos más antiguos y estables de México junto con los de San Felipe en Baja California y el Tehuacan-Cuicatlán entre Puebla y Oaxaca con cerca 50 millones de años de antigüedad, además de constituir el extremo sur del desierto Chihuahuense. Desde que la Sierra Madre Oriental se plegó por la tectónica de placas, contamos con los matorrales xerófilos de la cuenca del Extoraz.

Su distribución altitudinal es amplia, desde los 1,100 a la vera de dicha corriente hasta la fría y ventosa cumbre del cerro de la Pingüica a 3,160 msnm, sus condiciones de sequedad (350 a 650 mm anuales), se deben a la sombra de lluvia que provocan las altas cumbres de la Sierra Madre Oriental, que ha permitido el desarrollo de ricas comunidades vegetales, pues lo que se denomina como matorral xerófilo presenta a su vez variantes determinadas por las condiciones de suelo, exposición, altitud y precipitación como los matorrales rosetófilo, asociado a rocas, micrófilo, donde predominan plantas de hojas diminutas, crasicaule, formado por cactáceas de gran porte, el submontano, en transición con los bosques templados y el encinar arbustivo, que crece en sólo dos cumbres de la sierra, cada uno de ellos con sus propias asociaciones vegetales. Su flora es rica y de sus especies varias se encuentran amenazadas o en peligro de extinción, por el saqueo y pérdida de hábitat, además de albergar especies exclusivas al territorio estatal, como la yuca queretana, la minúscula biznaga bola de hilo, y el peyote queretano entre otras, saqueado por la ignorancia de personas que creen tiene propiedades alucinógenas como su pariente utilizado por los indígenas huicholes, cuando en realidad su contenido en alcaloides es muy bajo. Dentro de la RBSG, este excepcional ecosistema cubre una superficie de aproximadamente 56,000 ha, con plantas características como órganos, nopales, biznagas, garambullos, biznaguitas, sotoles, guapillas y gobernadoras, etc. Desgraciadamente, al igual que otros ecosistemas, los matorrales xerófilos enfrentan una serie amplia de amenazas y presiones, como el pastoreo de ganado vacuno y caprino que disturba y empobrece sus comunidades e incluso la presencia de burros asilvestrados o ferales, que se han adaptado bien al medio y entre otras especies están afectando directamente a centenarias biznagas, pues con los cascos les quitan las espinas y después se alimentan del cuerpo de la planta, además del saqueo “hormiga” de ejemplares para su comercialización al público y coleccionistas sin escrúpulos.