El surgimiento de todo un abanico de posibilidades alrededor de soluciones contra el calentamiento global, ha hecho surgir un gran interés para inversionistas visionarios que han encontrado nuevos nichos de mercado, el impulso a la expansión de tecnologías alternativas, el mercado de servicios ecosistémicos, la integración de la extrema pobreza al consumo en donde se incluyen nuevos clientes y productos sólo representan una parte de este juego. Desgraciadamente se incrementa la demanda de recursos y nuestra sociedad sigue implacablemente explotando al Planeta, generando nuevas necesidades y aumentando la voracidad de nuestra sociedad, nocivos valores materialistas, hábitos y prácticas que nos han llevado a esta crisis de no retorno. Eso parece no ser tomado en cuenta, seguimos fijos en nuestra ambición sin que se transforme nuestra decadente sociedad en donde despreciamos el valor de la Vida misma, la Naturaleza y los innumerables servicios que nos brinda, una sistema de mercado que se ha permeado a nuestra más íntima espiritualidad, adorando a un dios cruel que demanda ganancias, posesión deshumanizada, desvinculándonos del recto sentido de la Vida.
Ya en este contexto hablamos de una economía verde de arriba hacia abajo, la de los grandes negocios e inversiones y entre otras cosas viendo más bien a la extrema pobreza como un mercado gigante al que urge incluir elevar al consumo de nuevas exigencias y necesidades integrándolos a una mejor calidad de vida y a la globalidad.
Sin embargo es de abajo hacia arriba en donde por vez primera la pobreza en áreas rurales de alta biodiversidad, dueños y usuarios de bosques y selvas, 300 millones de personas que subsisten en condiciones de alta marginación e ignorancia tienen en sus manos un valores globales que hoy día nos son imprescindibles. El tapiz de la naturaleza y los innumerables servicios vitales que sostienen la vida con sus intrincados procesos de autorregulación y que se resguardan en esas regiones en donde la Vida Natural aún cumple sus funciones cabalmente y en donde ellos, las comunidades rurales son los operadores-usuarios del Capital Natural, substancia de la economía del Planeta.
Políticas públicas y prácticas de explotación altamente nocivas, la ciencia al servicio del mercado, ignorancia por todos lados de abajo hacia los más altos niveles en donde hemos expuesto los más altos valores de la Vida en el Planeta canjeándolos por satisfactores pasajeros en donde hemos comprometido sus complejos procesos y con ello la sobrevivencia de nuestra ciega sociedad, en donde de fondo es una idolatría en la que se le ha concedido un valor a lo material despreciando por la ilusión lo que es real.
Los bosques y selvas explotados sin que hayan conseguido que las comunidades locales se integren a un mejor nivel de vida, un bosque sin beneficios económicos para sus propietarios es un bosque en riesgo. Hoy día en el Planeta vale más un bosque en pie prestando servicios ambientales que cualquier aprovechamiento convencional, trabajos de restauración, de conservación que aumenten la resistencia de los ecosistemas al cambio climático es la prioritaria urgencia global, en donde los pobladores locales son un activo al que hay que compensar y corresponder.
Finalmente hemos llegado al punto en el que debemos generar esa economía de manera urgente en donde los servicios de los ecosistemas, la biodiversidad que ahí se cobija, deben contar con un valor económico, esos bienes que hemos tomado por dados sin pagar una factura ni un pensamiento de agradecimiento hacia la fraternidad biológica del Planeta a quien nos debemos y a donde pertenecemos pese a nuestra sociedad capitalista. Compensar, pagar, generar mecanismos globales y locales que permita que ellos en vez de destruir y explotar, preserven, restauren y conserven las capacidades biológicas del patrimonio natural.
Se llegó el momento de una revaloración en donde al mismo tiempo que combatimos y mitigamos los embates del calentamiento global se alivie la pobreza de sus propietarios quienes tienen en sus manos parte de la solución y en donde un conjunto de prácticas de mitigación en marcha pueden ayudar a disminuir sensiblemente las concentraciones de bióxido de carbono. Tales como la reforestación, la regeneración natural inducida o el manejo holístico ganadero, en donde la conservación de los bosques y el almacenaje de carbono que contienen sea parte de la responsabilidad de una nueva oportunidad social en donde los más pobres se vuelven ahora indispensables proveedores de servicios ecosistémicos y obtienen beneficios económicos de su Capital Natural, esta es nuestra propuesta, una que se alza de abajo hacia arriba y es parte elemental de una justicia social y ambiental.