por Martha Isabel Ruiz Corzo

Rescatar el planeta y preservar la bio-capacidad de los ecosistemas sanos, donde se producen bienes y servicios vitales para nuestra sociedad, debe ser la acción más urgente a realizar; dar mantenimiento a la infraestructura natural que ha sido dilapidada y que se agota.

Es mejor creerlo, la tierra está extenuada, y sin embargo las noticias que llegan a diario ya no nos asombran: anuncios del colapso de los ecosistemas, turbulencia atmosférica y marina, liberación de gases almacenados, bióxido de carbono y metano agravando las ya altas concentraciones de gases de efecto invernadero, fenómenos atmosféricos que empobrecen comunidades enteras, muchas que son desplazadas, deshielo de los polos, extinción de especies de flora y fauna, hoyos, huecos, fracturas y abismos de contaminación y desechos. Las funciones y el tejido de la naturaleza se han dañado en tal forma, que hemos alcanzado un punto de no retorno. Pudimos haber detenido los cambios drásticos que están por venir y mantener la calidad de vida de nuestros hijos y no lo hicimos.

Todas las actividades humanas requieren, demandan y sustraen materias primas de los rincones más íntimos de la Tierra, en nombre del progreso y de una economía basada en la explotación de los recursos naturales, regresando al final de sus procesos, contaminación y deshechos de toda índole, de efectos insospechados o aterradores. Como resultado, comunidades enteras están viviendo escenarios de enfermedad y muerte por contaminación; todo lo que se come, se respira, se bebe, es igual a enfermedad.
Estos escenarios deberían despertarnos, pero enajenados vivimos en el mundo de la modernidad, con distractores tan poderosos que catalizan la voluntad del pueblo hacia un sueño colectivo; así, puede llegarnos una glaciación repentina y todos pasar a otra vida sin darnos cuenta del peligro en el que está nuestra sociedad. Ojalá sucediera sin dolor y pena; sin embargo, estamos muy lejos de poder vislumbrar las condiciones de los cambios que se han de presentar.

Con estos antecedentes, es terrible pensar en los efectos que traerá en el territorio nacional la apertura energética, esculcar hasta el último rincón en busca de “riquezas”, con impactos insospechados de una tecnología que si bien se anuncia como la más moderna, después de un rato aparecen siempre externalidades no contempladas, de un altísimo precio para el ambiente y las comunidades; alguna falla técnica, a la que no falta corrupción, y después veremos desastres que ya han sucedido en otras parte del mundo.

Esta inevitable Reforma Energética debe asegurar la minimización de impactos, respeto por las Áreas Naturales Protegidas, joyas de la conservación del Patrimonio Natural de México, adopción de los más altos estándares de ponderación de todos los efectos colaterales para las comunidades, para la flora, la fauna y la sociedad.

Debe asegurar la permanencia de los servicios que brindan los ecosistemas; debe haber valorización económica del capital natural y compensación a sus dueños para que lo cuiden y se sigan produciendo sus vitales servicios; una capitalización de la extrema pobreza, de los proveedores de servicios ecosistémicos, quienes deben asumir su función de custodios del territorio; tenemos que balancear la riqueza nacional, mantener cada espacio de la patria que todavía este sano. La Reforma Energética debe crear una agenda verde que acompañe este proceso, de tal calibre que de este proceso surja una oportunidad para la Naturaleza y las comunidades dueñas de los recursos naturales.