La falta de valor de la naturaleza en la sociedad moderna tiene su fondo en el espíritu patriarcal que priva en todos los niveles y valores en los que hemos sido adoctrinados, nuestra cultura, las religiones, la espiritualidad misma en la que nos movemos es una negación para el género femenino, en donde solo ha privado un afán utilitarista y a todo se le ha conferido un valor material, propio de mentes cerebrales en las que las emociones que causan la belleza, la sabiduría del tapiz de la naturaleza y lo majestuoso puede reducirse y plantearse en cifras. Ello reduce a nuestras tres dimensiones lo que es incognoscible y eterno, a nuestra pobre imagen y semejanza, en donde hasta Dios es varón y está lleno de crueles demandas y sentimientos humanos, el “someter” del Génesis se llevó implacablemente a cabo.
La fé se tradujo como una serie de dogmas institucionalizados en los que se tejieron historias de miedo y dominio en donde se sentaron las bases para este desequilibrio entre géneros, un rompimiento con la naturaleza en donde se sepultaron el culto a las fuerzas de la naturaleza, a las paganas deidades en donde se reconocía la fuerza impulsora de la Creación. El mismo significado de la fé se minimizó mutilando al espíritu de la fuerza en las propias capacidades orientándolo más hacia a la internalización profunda de una serie de historias y creencias, que al poder interior de tremendas posibilidades de donde surgiría una humanidad superior, atándonos a una posición servil y atemorizada llamándolo espiritualidad, miserable remedo de lo que debió ser la gran oportunidad de nuestra sociedad.
Ya en la orfandad en la que quedaron los seres humanos, en donde no se reconoce nuestro estrecho parentesco con todos los seres vivos y la maternidad de la Tierra, se legitimó la explotación, el uso y el abuso de los abundantes y variados recursos de la naturaleza, en donde planteando toda una serie de valores alrededor del consumo, el dominio y la opresión de todos unos cuantos se erigieron como nuevos dioses de un culto oscuro en donde transfiriendo la negrura de los combustibles fósiles como el motor del progreso a la pristina y luminosa biósfera de nuestro planeta y en donde todos los dirigentes del planeta han sido los autores.
Hoy estamos más cerca que nunca de liberarnos, ante las implacables consecuencias de nuestro actuar, la crisis en la que no se avizora todavía que tan profunda será, que llegará a límites no concebibles por nuestra egoísta imaginación , la emergencia, la vergüenza de nuestro atrevimiento de la perversa violación de lo sagrado, la Tierra único planeta habitado, en donde la vida vino preparándose por millones de años, compendio cósmico de formas de vida, sostenidas en una frágil biósfera en donde el planeta viviente se auto-sustenta, prodigio, maravilla que no hemos sido capaces de percibir y a quien debemos reconocimiento y veneración.
Hoy día gracias a la crisis ambiental hemos comenzado por reconocer los servicios de la naturaleza como un patrimonio global, a considerarla como un capital, nuestra herencia de productos y servicios vitales para nuestra sociedad y burdamente le conferimos un incipiente valor económico buscando monetizar lo que hemos tomado por dado y que hasta ayer era un servicio intangible. Es un acercamiento básico que nos permitirá etiquetar financieramente su inconmensurable valor y que es necesario en nuestro momento para que los poderosos le reconozcan valor y sus propietarios, la extrema pobreza, reciba pagos de compensaciones por cuidar y conservar el patrimonio natural en los bosques y selvas del planeta, dueños de la tierra y los ecosistemas en donde se resguarda nuestro patrimonio global, la biodiversidad y el intrincado tejido de la Naturaleza. Se llegó el momento de ganar-ganar, conseguir mantener los servicios ecosistémicos y aliviar la pobreza, es impostergable introducir en el pensamiento de los dirigentes planetarios estas nuevas ideas de reconciliación y retribución a la Tierra.
Amar al Planeta, reverenciar la Vida, retribuir sus amorosos dones y regalos, echar marcha atrás, prepararnos para un futuro diferente en donde las mismas necesidades de la sobrevivencia nos enseñarán cordura, hacia una sociedad más austera, frugal y autosuficiente y en donde la espiritualidad se expanda y sea la Vida misma la gran inspiradora, que nos permita crecer hacia el interior con una fé liberadora en nuestras propias potencias interiores en comunión con las fuerzas de la naturaleza. Una fé que nos aproxime a nuestra verdadera naturaleza de hermanos mayores de la creación, a nuestra propia esencia y poder creador.