por Roberto Pedraza Ruiz
Siempre perseguidos, capturados o cazados por una variedad de circunstancias por lo general injustificadas, que van desde los conflictos con ganaderos por la depredación de ganado a la caza por la belleza de sus pieles e incluso su sacrificio por las supuestas propiedades médicas de algunos de su órganos, muchas especies de felinos silvestres enfrentan una seria declinación de sus poblaciones, aunado a la desaparición acelerada de su hábitat.
Eficientes cazadores, estos mamíferos ocupan un importantísimo lugar en las cadenas alimenticias y procesos ecológicos de los diferentes ambientes naturales que ocupan, manteniendo sanas las poblaciones de las especies que depredan, eliminando por lo general individuos enfermos, débiles o viejos, contribuyendo con esto a mantener la salud genética de sus poblaciones y un número razonable de individuos que no sobrepase la capacidad de carga de los ecosistemas, ya que de esta manera sólo llegan a reproducirse los mejores ejemplares mediante un proceso de selección natural. En nuestro país existen 6 especies de gatos silvestres, que van desde el corpulento jaguar al menudo margay, ocupando una variedad de ecosistemas adaptándose de diferente manera a la alteración que provocan las actividades humanas a sus ecosistemas.
Desgraciadamente, debido a la expansión sin límites y voracidad de nuestra especie, las áreas de distribución y ecosistemas que originalmente ocupaban los felinos se han visto drásticamente reducidos, al igual que la mayoría de las especies de fauna silvestre que constituían su alimentación, ocasionando el que se vean obligados a depredar animales domésticos. Esto es propiciado por los mismos ganaderos, que utilizan los bosques y selvas como agostaderos para apacentar su ganado, proporcionándoles literalmente “la comida en la boca”, ya que los animales domésticos (reses, burros, borregas, chivos y aún caballos) son mucho más fáciles de cazar para un puma o jaguar, que un ágil y veloz venado o los gregarios y feroces pecaríes o “jabalines” como son localmente conocidos. Esto a su vez está relacionado con la disminución por cacería humana de sus presas naturales (armadillos, venados, pecaríes, tepezcuintles, etc…) lo que conduce a que estos felinos forzosamente diversifiquen su dieta. Las prácticas ganaderas contribuyen de manera muy activa al deterioro de los diferentes tipos de vegetación, con consecuencias que inevitablemente ya estamos pagando de múltiples maneras y que seguramente se agudizarán en el futuro.
La Reserva de la Biosfera Sierra Gorda es la única área natural protegida federal donde se encuentran las seis especies de felinos presentes en México, que son: Jaguar (Panthera onca), puma (Puma concolor), ocelote (Leopardus pardalis), gato montés (Lynx rufus), jaguarundi (Herpailurus yagouaroundi) y el más pequeño de todos, el margay (Leopardus wieidii), todos ellos amenazados en menor o mayor medida. Si bien el puma, el gato montés y el jaguarundi se encuentran prácticamente en toda la reserva, las otras especies tienen áreas de distribución acotadas al este de su territorio y los cañones de los ríos Moctezuma y Santa María, donde los bosques y selvas relativamente extensos de esa área, aún tienen la capacidad de alimentar y guarecer al jaguar. A estos pobres animales se les ha estigmatizado como perniciosos e incluso como peligrosos o enemigos del hombre, siendo que cuando llegan a afectar ganado u otra forma de interés económico, se debe a que nosotros hemos invadido, transformado o destruido la casa original de ellos, arrebatándoles sus sitios de reproducción y descanso, sus fuentes de alimento, e invadido los bosques y selvas restantes con ganado, desplazando con esto sus presas naturales y trastocando el delicado equilibrio ecológico de sus diferentes hábitats.