por Martha Isabel Ruiz Corzo
Viviendo tan rápido en esta sociedad acelerada por los medios virtuales y los viajes, en una carrera y en un afán vengo de la ciudad de Nueva York donde participé como panelista en la sesión No. 58 de la Comisión del Estatus de la Mujer de Naciones Unidas ante un foro de equidad de género e integración a la productividad fortaleciendo a las mujeres como la vía de combatir la pobreza, ante otras 3 panelistas de gran trayectoria y delegadas de 300 países. Todas buscando las formas de construir puentes para generar oportunidades para la extrema pobreza, incorporándolas al consumo, a la economía y las oportunidades globales, generando emprendimiento con generaciones más preparadas y cosmopolitas. Unas se integrarán a la economía formal, y con suerte en algún grupo corporativo u alguna agencia pública, o bien se quedarán a vivir en los países a donde se fueron a estudiar. Otras encontrarán las formas de volver productivos sus entornos regresando a sus casas, emprendedoras que aplicarán sus conocimientos con una nueva visión de sus entornos. Otras tal vez nunca tengan la oportunidad de integrarse a una sistema formal, jóvenes de comunidades en las montañas con una educación media regular o jóvenes migrantes que revolucionaron y, hoy de vuelta en casa, toman la iniciativa de regenerar los entornos como un valor real, el único y más importante, la casa.
Muchas y muchos serranos entienden la oportunidad de preservar sus entornos, de construir una economía con valores muy innovadores como las compensaciones de carbono forestal o carbono capturado en el suelo, producción orgánica de alimentos, sumideros de mitigación del calentamiento global, servicios de la naturaleza que nos urge preservar como lo más importante actualmente. Territorios como la Sierra Gorda en el que la vida natural tiene un refugio literalmente arrinconado con tan diversa flora y fauna. Cuál es el valor económico que tiene para México y el mundo santuarios en donde la naturaleza se conserva y mantiene los precarios servicios ecosistémicos para un planeta con tan dañados suelos deshidratados, arrecifes, manglares y qué decir de sus bosques. En nuestra ceguera hemos arrebatado y robado tremendos gajos del tejido de la naturaleza, sin ojos para la trascendencia. Atención por favor.
Sierra Gorda habló de toda esta propuesta, en donde las mujeres dan la cara y sacan adelante retos donde se preservan y regeneran sus recursos naturales, beneficiándose principalmente ellas mismas, con mayor captura hidrológica y producción de alimentos orgánicos.
La operación turística del territorio es un buen concierto de género. En su mayoría son mujeres que junto con los hombres se han tejido los equipos de trabajo, fonditas, alojamientos, guías turísticos, transporte, constructores locales capacitados y rehabilitando sus instalaciones con técnicas de bioconstrucción. Un operativo de género, construyendo oferta que fortalezca la operación turística de la Reserva de la Biosfera.
Muy sorprendidas, ellas hablaban de celulares, microcréditos, derechos sobre la tierra, subsidios para insumos químicos y computadoras, y yo con la pena por la tierra. No se dijo ni una palabra para los recursos naturales, el cambio climático ni la emergencia global. Así que con pena e indignación, hablé desde el alma y lancé a la propuesta verde orgánica, voltear a lo local y fortalecer la casa capturando agua, produciendo verduras con suelos fértiles y respirando aire de manantial. ¿Quién quiere crearles más necesidades? Ya bastante contaminación nos ha traído la televisión y la migración para que ahora todas tengan que ser empresarias, emprendedoras sí, de esas que innovan y fortalecen su despensa, su territorio y su casa. Así que, con la sorpresa de la experiencia Sierra Gorda, en donde hablamos de amor y de construir esperanza y capacidades, espero que encuentren otra manera de hacer las cosas, que reencuentren su relación y entiendan la fragilidad del presente.