por Martha Isabel Ruiz Corzo
Trescientos millones de personas viven actualmente en los bosques y selvas del planeta, generalmente comunidades de extrema pobreza e ignorancia que destruyen por muy poco un patrimonio natural irremplazable.
Entre ellos, más de la mitad son mujeres, a quienes dicho sea de paso, igual que a la vida natural del Planeta, se ha ignorado en su valor real; subestimadas, relegadas e ignoradas, sobre-explotadas igual que la Madre Tierra, sin más valor que sus agotadoras jornadas diarias. Se les ha negado credibilidad y capacidad de pensar, no solo con el cerebro, sino con su corazón, su intuición y generosidad, su previsión, su alegría y capacidad de vinculación.
Una inteligencia que a todas luces no brilla en el Planeta, sometido a un pensamiento lineal, cerebral y materialista, generando este caos en que se sume sin remedio nuestra sociedad, en un mundo con inimaginables abismos de desigualdad, injusticia y dolor que se han tornado implacables y que controlan toda posibilidad de una vida diferente.
Esta injusticia social y ambiental no podrá encontrar soluciones mientras no se deje atrás esa misoginia que nos divorció de nuestro origen y relación con la Tierra, donde sin sentimientos ni reconocimiento de su maternidad, en esa orfandad es lícita esta abusiva explotación del género, de la Tierra y de la más humilde mujer del planeta. Por ello es necesario su reconocimiento, su revaloración, un reencuentro que rectifique el rumbo y construya esperanza.
El dominio patriarcal llevará a los recursos naturales a su extremo agotamiento, en busca de mercados y rendimientos financieros, aunque en ello nos vaya la vida y el futuro de otras generaciones. Es urgente la reconciliación con nuestro entorno, el reconocimiento a la capacidad de la mujer y su fuerza espiritual, del capital natural sobre el económico, reconociendo el derecho a la Vida de todas las especies.
Es el tiempo en que las mujeres deben alzarse y sumarse al cuidado del Planeta y sus recursos, confiando a su instinto maternal su restauración. Su liderazgo es esencial para desechar toda práctica nociva, administrar la escasa alacena sobrante para los tiempos por venir y prepararse para la supervivencia; protagonizar y ser responsables de una revaloración del género y el capital natural del planeta, encarar al viejo paradigma, sanear y construir una nueva forma de vida.
El reconocimiento de los servicios de los ecosistemas y su incipiente valor financiero se asemejan a esa resurgencia de lo femenino, en el que despuntan rayos de esperanza de un nuevo orden, donde lo intangible se torna real y lo ignorado es recompensado, con una visión maternal de no abuso de los recursos, bosques y selvas.
Las compensaciones económicas que estimulen su restauración y conservación deben tener un gran contenido de género, garantizando que sean mejor utilizadas para resolver pobreza. De ser así, un nuevo poder entrará en juego, el de la libertad de ser y ejercer de millones de mujeres, que hoy día, bajo la bota totalitaria de un varón, niegan su propio ser.
No es fácil que todo esto surja; el dominio actual buscará oprimir todo conato de estos nuevos valores y sentimientos. Sin embargo, muy a su pesar, las mujeres nos estamos alzando y con herramientas nuevas estamos construyendo; ejerciendo nuestros dones hemos de delinear una nueva sociedad más equitativa y amorosa para la Tierra.