Al igual que otros grupos de animales, las aves en general están sufriendo mermas importantes en las poblaciones de muchas de sus especies derivadas del embate de nuestras actividades diarias; es decir, los humanos de una manera o de otra, voluntaria o involuntariamente provocamos la desaparición de hábitat, envenenamos los cuerpos de agua que utilizan, atrapamos para egoístamente tenerlas encerradas en jaulas debido “al amor” que les profesamos o las eliminamos de manera directa por afectar intereses económicos.
Si bien México tiene muchos elementos del neotrópico entre su especies de aves, comparte buena parte de sus especies con los Estado Unidos y Canadá, sirviendo como área de refugio en los meses invernales para muchas especies migratorias, por lo que al contrario de muchos otros temas de la agenda con nuestros vecinos del norte, existe una fuerte interés y cooperación para conseguir la conservación de la avifauna de Norteamérica entre una variedad de agencias, universidades y organizaciones de la sociedad civil. Existen numerosos esfuerzos e iniciativas que de una manera u otra están incidiendo en la protección de las aves, el mercado del ecoturismo y especialmente el de observadores de aves sigue al alza y existe una mucho mayor conciencia pública sobre su importancia y valor, mas sin embargo seguimos perdiendo hábitat, individuos y más especies se acercan al umbral de la extinción.
Algunas especies que anteriormente fueron extraordinariamente abundantes ahora se han extinguido; las palomas viajeras que anteriormente sumaban más de 3 billones de aves en los Estados Unidos fueron eliminadas en unas pocas décadas, al igual que los periquitos de Carolina, eliminados también en poco tiempo, lo que pone de relevancia nuestra extraordinaria capacidad de depredación y falta de consideración como especie.
Un estudio recientemente realizado por The Nature Conservancy señala que el 58% de la superficie continental de los Estados Unidos no alberga más su vegetación natural o que el 57% de todas las comunidades y ecosistemas de ese país se encuentran amenazados o son al menos vulnerables. De los bosques deciduos del este de los Estados Unidos que una vez cubrieron el 70% de su territorio actualmente cubren menos del 40%, los bosques de pinos del sureste que ocupaban 90 millones de acres ahora apenas cubren 30 millones de acres.
La situación en México no es mejor; nos quedan menos del 10% de las selvas tropicales húmedas o en el caso de los bosques templados de la Sierra Madre Occidental queda menos del .5% de los bosques antiguos gracias a la voracidad de los madereros, lo que ya nos privó del carpintero imperial, especie que fuera endémica a esa sierra. Igualmente la explotación forestal ha provocado una drástica disminución del 80% de las especies de psitácidos, es decir pericos, loros y guacamayas.
La segunda causa principal de desaparición es el brutal tráfico de especies, que pese a leyes, acuerdos y prohibiciones constituye después del narcotráfico el segundo negocio ilícito más productivo, con extensas redes clandestinas y jugosas ganancias. De nuevo los psitácidos sirven de ejemplo y víctimas de esta actividad; cuatro o cinco mueren en las manos de los traficantes antes de llegar a los consumidores, que inconscientemente contribuyen con su “amor” por las aves a su virtual exterminio. Esto ha puesto en serio riesgo a los loros de cabeza amarilla y al tamaulipeco, endémico al noreste de México y con poblaciones marginales en la RBSG. De las 339 especies de la Sierra Gorda 40 cuentan con estatus de protección de acuerdo a la NOM ECOL 059 2010 (Norma Oficial Mexicana), varias de ellas endémicas a nuestro país.
Si bien dentro del área protegida se puede proteger dependiendo de la especie con mayor o menor efectividad a sus poblaciones, el polígono de la reserva es sólo una pequeña isla en medio de la generalizada anarquía ambiental que desgraciadamente afecta a nuestro país, basta ver la alta tasa de deforestación que sigue imperando en los estados vecinos de San Luís Potosí e Hidalgo y la completa falta de aplicación de la normatividad ambiental. Falta ver cuantas especies más podremos eliminar sin que paguemos directamente la factura.