por Roberto Pedraza Ruiz
En una espiral que no cede y que no tiene porqué, yendo más allá de los pronósticos científicos más extremos, el año pasado quedó marcado gracias a los humanos al haberse roto una nueva marca en nuestro planeta, no alcanzada sino hace unos 3 millones de años y nunca antes en la historia de la humanidad. Nuestra atmósfera alcanzó una concentración de 400 partes por millón de bióxido de carbono (datos de la NOAA), lo que viene a poner en jaque a una variedad de factores que permiten la vida como la conocemos y ha evolucionado en nuestro planeta.
El bióxido de carbono captura y almacena calor en sus partículas, por lo que mientras más pongamos en la atmósfera más subirá la temperatura. Ello claramente significa entrar a una zona de peligro pues de acuerdo a los registros fósiles de polen entonces subió la temperatura entre 3 y 5 grados por arriba del promedio que gozábamos hasta hace pocos años de 15 grados, el nivel de los mares estaba unos 5 metros por arriba del actual y las tierras árticas estaban cubiertas por bosques en vez de hielo. Esta medición se alcanzó el pasado 7 de mayo en el observatorio climatológico del Mauna Loa, Hawai. La última vez que hubo una cantidad semejante en la atmósfera, los humanos aún no aparecíamos determinados a terminar con el medio que nos sustenta, bombeando combustibles fósiles del suelo, quemándolos y volviéndonos adictos a los mismos.
¿Qué significa cruzar esa línea invisible? Pues entrar a un terreno donde las condiciones climáticas como las conocíamos se irán diluyendo de manera cada vez más drástica, alterando las estaciones, patrones de lluvia, acendrando los efectos de las sequías y multiplicando los fenómenos climáticos extremos. Muy pocos son los que aún viven que, al nacer, respiraron aire por debajo de 300 ppm. Casi todos hemos vivido ya en esa centena. Y, desde luego, nunca nadie ha vivido un cambio de más de 100 ppm a lo largo de su vida. Es más, un cambio de esta magnitud y rapidez es totalmente excepcional en la historia de nuestro planeta. Y, lo que es peor aún, de no detener las emisiones, quienes ahora nacen y empiezan a respirar aire de 400 ppm es probable que, al final de su vida, respiren aire de 600 ppm (para el año 2050) e incluso muchas más. Y no hay cómo no alcanzar esa cifra cuando las emisiones anuales siguen subiendo de manera escalofriante, con economías emergentes como las de India, China y Brasil, creciendo en su volumen y capacidad de consumo, aparejado con las toneladas de carbono que emiten cada año a la atmósfera.
Liberar bióxido de carbono a la atmósfera hace que el clima se caliente indebidamente, conduciendo a que también se evapore más agua de los cuerpos de agua y recordemos en su estado gaseoso, como vapor, el agua almacena calor en sus partículas, algo poco señalado. El calentamiento del clima no es un asunto baladí. Todos, de una manera u otra, dependemos del clima del lugar en el que habitamos. Cambiar el clima es, en última instancia, cambiar el funcionamiento de todos los ecosistemas de los cuales dependemos para nuestro sustento y bienestar, es cambiarnos a nosotros mismos.
Puede que muchos piensen que el cambio climático será algo del futuro, pero no es verdad. Está con nosotros desde hace tiempo. Muchos han o hemos sufrido sus efectos, y muchos más los seguiremos sufriendo, tanto más cuanto mayores sean las emisiones. Puede también que muchos piensen que tenemos tiempo para reaccionar, pero están confundidos. Cuanto más gases se emitan mayor será el incremento de la temperatura, y más difícil, si es que posible, detener el calentamiento. Detener el calentamiento tiene un coste, pero éste es mínimo y más pequeño, mucho más pequeño que los daños que se derivarán de no hacerlo.
Desgraciadamente no hay acuerdos en el horizonte para conseguir tal meta, pues los gobiernos de las grandes potencias a nivel mundial no quieren comprometer de manera alguna los límites de su crecimiento, aunque saben están poniendo en una seria situación de riesgo el bienestar de su población en el corto y mediano plazo. Pero, lo que es peor, no se necesitará mucho más que otra década para hacer imposible la meta de evitar que el planeta se caliente por encima de 2ºC, objetivo que han acordado otros muchos países por entender que superar esa cifra supondría una interferencia peligrosa sobre el clima. Inalcanzable significa que no podremos evitarlo y que la alteración que se produzca continuará durante siglos. El tiempo apremia como quizás pocos llegan a concebir, pues aunque ya alcanzamos la cota de las 400ppm los efectos de la misma tardarán un poco en sentirse con toda su fuerza, merced a que la transición a esa cantidad ha sido increíblemente acelerada y la Tierra, su atmósfera y sus sistemas climáticos tienen su propia velocidad de adaptación y cambio. Pero la moneda está en el aire y las consecuencias de este hecho apenas están por sentirse.