Trescientos millones de personas viven actualmente en los bosques y selvas del planeta, generalmente comunidades de extrema pobreza e ignorancia que destruyen por muy poco un patrimonio natural irremplazable y que hasta hoy no los ha llevado a una mejor calidad de vida. Entre ellos más de la mitad está formada por mujeres a quienes dicho sea de paso igual que a la Vida natural del Planeta, se les ha ignorado en su valor real, subestimadas, relegadas e ignoradas, sobre-explotadas igual que la Madre Tierra sin más valor que sus agotadoras jornadas diarias. Se les ha negado credibilidad, su capacidad de pensar no solo con el cerebro sino con el corazón, su intuición, su generosidad, su previsión, su alegría y su capacidad de vinculación. Inteligencia que a todas luces no brilla en el Planeta sometido a un pensamiento linear, cerebral y materialista, que ha llevado a generar este caos en el que se sume sin remedio nuestra sociedad en un planeta en donde inimaginables abismos de desigualdad, injusticia y dolor se han tornado implacables y controlan toda posibilidad de un modo de vida diferente. Esta injusticia social, la injusticia ambiental, no podrán encontrar soluciones mientras no se deje atrás esa misoginia que nos divorció de nuestra relación con la Tierra, nuestro origen y en donde sin sentimientos ni reconocimiento de su maternidad, ya en esa orfandad nos es lícito y dada esta abusiva explotación del género, de la Tierra y de la más humilde mujer del planeta. Un reconocimiento, una revaloración, un reencuentro que es necesario para rectificar el rumbo y construir esperanza. El dominio patriarcal llevará a los recursos naturales a su más extrema extinción en busca de mercados y rendimientos financieros aunque en ello nos vaya la vida y el futuro de las generaciones por venir, sin esta reconciliación con nuestro entorno, sin este reconocimiento a las tremendas capacidades de las mujeres, del sexo fuerte en donde no son los músculos sino la fuerza espiritual y no el capital financiero sino el capital natural se reconoce como esencial para la Vida de todas las especies que en él habitan.
Es el tiempo en que las deben alzarse y sumarse al cuidado y recuperación de los recursos naturales, confiarles a su instinto maternal su restauración, su liderazgo es esencial para desechar todas las prácticas nocivas, preparar la escasa alacena para los tremendos tiempos por venir y prepararse para la supervivencia, protagonizar y ser responsables de una revaloración del género y el capital natural del planeta, encararse al viejo paradigma, sanear y construir una nueva forma de vida. El reconocimiento de los servicios de los ecosistemas, su incipiente valor financiero se asemejan a esa resurgencia de lo femenino, en donde despuntan rayos de esperanza de un nuevo orden en donde lo intangible se torna real y lo ignorado es recompensado y donde seguramente los bosques y selvas tendrán un cuidado maternal, fuerza de trabajo incansable y una nueva visión de los recursos naturales.
Las compensaciones económicas que estimulen a su restauración y conservación deben tener un gran contenido de género que garantice esta equidad, seguras que estas percepciones serán mejor utilizadas para resolver urgencias de la pobreza, de ser así un nuevo poder entrará en juego, el de la libertad de ejercer y ser de millones de mujeres, hoy día bajo la bota totalitarista de un varón se niegan a su propio ser.
No es fácil que todo esto surja, el dominio buscará oprimir todo conato de estos nuevos valores y sentimientos, sin embargo muy a su pesar las mujeres nos estamos alzando y con herramientas nuevas estamos construyendo, ejerciendo nuestros dones y creatividad hemos de delinear una nueva sociedad más equitativa y amorosa para el planeta.