Sin duda los bosques y selvas de la Sierra Gorda no serían los mismos si no contaran aún con la presencia de dos grandes felinos; jaguares y pumas, que encuentran refugio en sus serranías y que para mí sintetizan la esencia silvestre de un lugar. Ocupan áreas forestales con poco disturbio, donde aún las cadenas tróficas funcionan, hay suficientes presas y en resumen donde los humanos no hemos echado a perder lo que a la naturaleza le ha tomado millones de años. Originalmente se distribuían desde el sur de los Estados Unidos hasta Argentina; hoy científicos de la UNAM calculan quedan menos de 4,000 jaguares en toda la república y que cada año son cazados entre 100 y 400 ejemplares, más superficie de su hábitat es devastada y la creciente población humana los va cercando cada vez más. Es decir, los jaguares están perdiendo la batalla.
Obviamente todo fotógrafo sueña con encontrarse con alguno de los felinos silvestres, tenerlo en un claro en el bosque volteando a la cámara y que se quede quieto para fotografiarlo. Ello no sucede mas que en sueños o muy raramente y no queda otra alternativa que utilizar otras técnicas, como el uso de cámaras-trampa que se activan gracias a sus sensores de calor y movimiento y disparan la foto sin operador. Las mismas permiten dejar un “testigo” en áreas previamente identificadas, donde gracias a rastros como “rascaderos” territoriales y excretas sabemos uno de ellos está presente y activo. Y aunque son grandes depredadores, en el fondo siguen siendo un gato, que al igual que los domésticos buscan la comodidad y la vida fácil, por lo que se colocan las cámaras a lo largo de veredas, pues ellos también las utilizan.
Hay ocasiones en que al revisar las cámaras se llega a tener encuentros bastante cercanos con los felinos, como en una ocasión que en ocho de diez cámaras obtuve fotos de un imponente jaguar macho, había excretas muy frescas y mi perra se mostró atemorizada durante todo el recorrido, pues obviamente sentía la presencia del gato. En esa ocasión, aunque no hay ataques a humanos registrados en toda su área de distribución, si me pregunté qué estaba haciendo a medio cerro, solo y sin manera de comunicarme si “algo” pasaba; obviamente era miedo sin fundamento, pero algo muy dentro de uno, supongo el instinto de sobrevivencia, activa la alarma al sentir un depredador cerca. En todo caso son experiencias que hacen crecer el respeto por los grandes felinos y dan razón de ser a nuestra labor de conservación, pues esas fotos provienen de una de nuestras reservas naturales privadas, que en su momento protegerla permitió detener su inminente destrucción por parte de madereros. Ahora en vez de un peladero, aún se sigue escuchando el ronco rugido de los jaguares entre los centenarios encinos.
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