por Roberto Pedraza Ruiz
Celebrado por un día, 5 de junio, y degradado por otros 364, el medio ambiente necesita mucho más que actos simbólicos o de buena voluntad para salir del atolladero donde se encuentra y nosotros con el mismo. Los escenarios actuales de degradación ambiental y efectos agudos del cambio climático hacen que biólogos, antropólogos, economistas, funcionarios o la sociedad en general se den cuenta de la gravedad de la situación y el riesgo que ello conlleva para la especie Homo sapiens/demens apenas en el inicio de este siglo. Lo de sapiens obviamente nos queda grande y el demens se acopla mejor con nuestras actividades diarias, que sin freno ni consideración amenazan la salud de la única casa que tenemos, de la cual hemos abusado de su capacidad de carga con probabilidades de llegar a un punto de no retorno.
Diversos científicos, basados en hechos y datos, aducen argumentos que merecen ser ponderados. Varios científicos identifican como la principal razón de conflictos, regionales, nacionales e internacionales en el corto y mediano plazo la escasez de agua y la implementación de medidas extremas en fronteras ante el flujo multitudinario de refugiados ambientales. El más robusto parece ser el de la superpoblación, articulada con la dificultad de adaptación a los cambios climáticos, que se están sucediendo a una velocidad mucho mayor de la que la mayoría de las especies se pueden adaptar y que están teniendo un altísimo costo en vidas humanas y económicamente. En la escala biológica se verifica un crecimiento exponencial.
La humanidad necesitó un millón de años para alcanzar en 1850 una población de mil millones de personas. Para 1943 alcanzamos los 2.3 billones, ahora ya sobrepasamos los 7 billones y para el 2050 llegaremos a los 9 billones de humanos, en una sola generación. ¿Qué pasaría si cualquier otra especie se reprodujera a ese ritmo e invadiera todos los espacios disponibles? Seguramente rápidamente agotaría las fuentes de alimentos disponibles, desplazaría especies, otras se extinguirían y finalmente, una vez agotados los recursos y sin otro sitio que invadir, se extinguiría.
Aparte, con la amenaza de los bio-combustibles se corre el riesgo de que nuevas áreas sean dedicadas al cultivo del maíz y la caña de azúcar por lo que particularmente en Brasil el Amazonas será presionado desde ese nuevo frente, desmontándose áreas nuevas y reduciéndose espacios silvestres que actualmente almacenan bióxido de carbono en su biomasa. ¿Es un triunfo de la especie o un perjuicio para toda la humanidad?
La famosa bióloga Lynn Margulis afirma en su libro “Microcosmos” que una de las señales del colapso que afectará a una especie es su rápida super-población, con base en datos de los registros fósiles y de la propia biología evolutiva. Esto puede comprobarse colocando colonias de bacterias y nutrientes en la cápsula de Petri. Poco antes de que lleguen a los bordes de la placa cilíndrica y de que se agoten los nutrientes, los microorganismos se multiplican de manera exponencial. Y repentinamente mueren. Para la humanidad –comentan los autores– la Tierra puede resultar semejante a una cápsula de Petri. En efecto, ocupamos casi toda la superficie terrestre y sólo dejamos libre un 17 por ciento: desiertos, floresta amazónica y regiones polares y aún en esas apartadas regiones el embate de las actividades humanas está mermando rápidamente su integridad. Estamos llegando a los bordes físicos del planeta. ¿Es una señal precursora de nuestra próxima extinción?
Al menos ello es la realidad para muchas otras especies, donde también para el 2050 podremos haber desparecido a una de cada dos. ¿Esta destrucción progresiva no amenaza también a nuestra especie? El fallecido astrónomo Carl Sagan veía en el intento humano de explorar la Luna y enviar sondas espaciales fuera del sistema solar, una manifestación del inconsciente colectivo que presiente el riesgo de una extinción próxima. Mas siendo prácticos, la única nave con la que contamos en la amplitud del cosmos es el planeta en el que vivimos y en el cuál la Vida ha evolucionado a través de millones de años para concentrar las miríadas de especies que forman la biodiversidad y que sostienen las tramas y procesos ecológicos de la Tierra.